Alemania de vuelta

Tras dejar atrás la frontera llegamos a Flensburgo. Es una pequeña ciudad, con una arquitectura algo diferente a lo que nos habíamos acostumbrado en Dinamarca.

En Alemania, como sabéis, está prohibido acampar, así que nos acogió Steffen para esa noche. 

Steffen es un chico joven. Estuvimos hablando de lo difícil que está el encontrar un buen trabajo en Alemania. Pudimos entender un poco la situación de los jóvenes en este país, que no es muy diferente a la nuestra. La verdad que la conversación fue muy interesante y estuvimos muy a gusto con él.

Al día siguiente atravesando por el rural, volvimos a encontrar casas con los tejados de cañas. Aunque se veían diferencias con las danesas. Este día acabamos en Hohn, acogidos por Rainer. El pueblo era pequeño y muy tranquilo. Rainer vive con sus padres, a los que cuida. Nos dio una bienvenida muy acogedora, a pesar de todo lo que tenía que trabajar, pasó bastante tiempo con nosotros compartiendo experiencias. 

Al día siguiente seguimos la ruta que nos había aconsejado nuestro anfitrión, que atravesaba el canal de Breiholz. Pero antes de llegar al canal, encontramos por el campo unas vacas de las tierras altas, que son muy peludas y parecen peluches.

El canal de Breiholz atraviesa el país de este a oeste. Había que cruzarlo en un pequeño ferry, pues no tenía demasiados puentes, solo las carreteras principales lo tienen. Cuando íbamos a mitad de camino se nos cruzó un buque con marines.

Continuamos viaje, volviéndonos a encontrar las casas con los tejados de cañas, que tanto nos llaman la atención. Ahora su estructura estaba construida con ladrillos. Esa noche nos acogió Paul en Norderstedt. Nos impresionó mucho su historia. Paul tiene ahora veinte años, pero a sus dieciocho decidió hacer un viaje en bicicleta por EEUU, cruzando el país de oeste a este. Partió él solo, y aunque su padre fue a visitarle en alguna ocasión, se hizo este gran viaje por sí mismo. Tiene una madurez increíble y las cosas muy muy claras. Ojalá hubiera muchos más jóvenes como él. La verdad que este chico nos ha dado una buena lección. Lo que nos hizo gracia es que él tenía creado su perfil en warmshowers y fue el que nos acogió, pero vive con sus padres y su hermano. Cuando llegamos nos tenía la habitación preparada, con toallas y la contraseña del wifi y todo muy bien colocado. Se nota que sabía perfectamente lo que necesita un cicloturista. Pero lo que nos hizo gracia, fue a la hora de cenar, que su madre no tenía ni idea de lo que ponía en su perfil, porque le dijimos que habíamos contactado con él porque mucha gente no puede acoger a más de una persona. Su madre le preguntó muy curiosa a cuánta gente ponía él para acoger. Pero aun así, con lo responsable que es, tenían que fiarse bastante de él.

A la mañana siguiente, ya estábamos muy cerca de Hamburgo, y nos resultó fácil llegar. Nadie nos podía acoger allí así que buscamos un albergue en el que pasar la noche y fuimos a visitar la ciudad.  Había tenido un profesor de alemán de allí, que siempre me decía que Hamburgo era una ciudad muy verde y muy bonita y quería comprobarlo. Aunque claro, viniendo de los países nórdicos, no conseguí ver apenas verde.

Pero nos encontramos otras cosas curiosas. Estuvimos en el túnel San Pauli, un pasadizo bajo el río Elba, que durante la guerra cumplía su función de refugio para la población. El edificio de acceso al túnel es muy majestuoso, de piedra.

Al otro lado se encuentra el teatro Hafen, donde debía haber una buena obra ese día porque había bastante cola. Lo que encontramos también, fue una exposición en la explanada delantera, donde pudimos ver el famoso elefante de patas muy largas, de Dalí. Desde este lado del río se podía observar también el extraño edificio de la Filarmónica de Hamburgo.

Después volvimos a cruzar el túnel y fuimos a visitar esa zona. También debía haber concierto porque la gente llegaba engalanada a la puerta del edificio. Toda esta zona era más moderna, aunque había también muchos edificios de piedra.

Pero lo más curioso que nos encontramos en la ciudad fue una reunión de coches de carreras antiquísimos. Iban de paseo por las calles. Parecían de juguete.

Desde esta ciudad decidimos coger el tren hasta Trier, casi en la frontera con Luxemburgo. Ya hemos entrado en el mes de octubre, y la verdad que entre la operación de la abuela de Ramón y el saber que estábamos de vuelta, nos apetecía llegar. Además, si no tendríamos que volver a pasar por el mismo camino ya recorrido, y nos pareció buena idea avanzar. El único pequeño inconveniente es que teníamos que hacer cinco trasbordos para llegar. Pero al final lo conseguimos.

En Trier, nos vino a recoger a la estación nuestro anfitrión, Steffen. Cuando llegamos, aunque no era muy tarde (sobre las 19:30), ya había oscurecido. Vuelta a la normalidad día-noche. Steffen había traído su coche con un portabicis muy eficaz, así que descargamos las alforjas en el coche y las acoplamos. No pudimos pasar demasiado tiempo con ellos, pero les agradecemos inmensamente el esfuerzo que hicieron por ayudarnos.

De camino a su casa, que vivían en un pueblito, más cerca de la frontera, pudimos ver desde el coche, el castillo y demás edificaciones iluminadas. Parecía una ciudad muy bonita.

A la mañana siguiente y sin más demora, pusimos rumbo a Luxemburgo.

Conclusiones

Nos resultó agradable volver por Alemania y descubrir un poco más su zona norte.

Y aunque ya vamos más pensando en el final del viaje que en otra cosa, hemos seguido disfrutando de sus gentes y las pequeñas cosas que encontramos por el camino.