De Madrid a Sierra de Gata

Ya hace un año del final de nuestro viaje por el norte de Europa. 


Entre tanto hemos estado trabajando en los Países Bajos, para seguir ahorrando más dinero y poder llevar a cabo nuestra mudanza al rural. Y aunque el norte de España nos tira muchísimo, queremos descubrir la zona sur de Gredos y Sierra de Gata, que pilla mucho más cerca de Madrid. Y como bien sabemos nosotros, no hay mejor manera de conocer los lugares, que yendo a un ritmo despacio. Además que este septiembre está siendo muy caluroso y el tiempo acompaña, así que a primeros de octubre partimos hacia lo salvaje en una nueva aventura.
Hemos estado entrenando un poquito por el anillo verde, que pasa muy cerca de mi casa. También nos hemos estado moviendo por Madrid en bici y nos hemos hecho un poco, también a la ciudad.
Al ser un viaje planeado para pocos días, solo llevamos las alforjas traseras, aparte de que las delanteras las devolvimos a la vuelta del anterior viaje porque no cumplían con lo descrito en el anuncio. Así que alforjas traseras y la pequeña alforja del manillar para los objetos personales y de valor. Lo único que ha ido fuera de las alforjas han sido la tienda de campaña y las esterillas.
La casa de mi madre, donde nos hospedamos cuando estamos en Madrid, está situada en la parte noreste de la ciudad, así que para coger la ruta en dirección oeste, el primer día teníamos que atravesar toda la ciudad. Partimos no muy temprano para no pillar demasiado tráfico y fuimos a coger la calle Alcalá para llegar hasta la Puerta del Sol (este trayecto ya lo habíamos hecho muchas veces). Después atravesamos el barrio de La Latina, bajando casi hasta el estadio Vicente Calderón, por Madrid Río, y cogiendo el parque de la Cuña Verde. Después hicimos un pequeño tramo entre la A-5 y la Casa de Campo por el Paseo de Extremadura. Al poco, habíamos llegado a zona de campo. Seguimos dirección Boadilla del Monte, por el campo, pero cercanos a la M-501. Después hacia Brunete y con objetivo de llegar a Chapinería.

Cuando pasamos Brunete nos liamos un poco y acabamos por unos caminos de tierra. Pegaba el sol bastante fuerte y pronto nos quedamos sin agua. Atravesábamos el campo por caminos de tierra. De repente encontramos un vergel en medio del desierto. Había una casa llena de plantas por su terreno. Entramos para pedir agua, pues apenas nos quedaba, y no creíamos que fuésemos a encontrar ningún sitio con agua por la zona. Estuvimos llamando, pero nadie respondía. Cuando ya nos íbamos a marchar, llegó un coche con un hombre. Le preguntamos si nos podía dar agua. Llamó a sus padres, que no se habían dado cuenta que estábamos por allí. Nos dieron el agua y nos invitaron a comer, aunque nosotros ya habíamos comido. La mujer nos contó que ella es de Extremadura y que nos iba a gustar. La verdad que daba gusto entrar en su propiedad después de buen rato sin sombra, a pleno sol.
Continuamos por esos caminos y el mapa nos falló. Entramos en una zona de dehesa, donde muchos caminos acababan en fincas cerradas y no sabíamos muy bien salir de allí. Había fincas con animales, suponemos de coto de caza. El acceso a la carretera estaba vallado, así que no teníamos más opción que seguir entre esas fincas. Decidimos parar a mitad de una ladera, con vistas al este. Cuando amanecimos, el sol nos dio los buenos días.

Al día siguiente, conseguimos salir de la Dehesa madrileña y llegar hasta el pantano de San Juan, donde estuvimos desayunando cerca de la orilla. Aunque a ratos, hubiera deseado llevar una bici de montaña en vez de la de viaje que tengo.
Desde el pantano cogimos la M-501 y el día transcurrió ya más tranquilo, hasta nuestro destino, Santa María del Tiétar. Este día íbamos a dormir en la finca de unos amigos, que estaba a las afueras del pueblo, monte arriba. De camino a la finca, nos encontramos un pobre mastín, que nos dio mucha penita. Según pasábamos nos empezó a ladrar como loco, pero al parar para hablarle, se calló y nos mostró toda su tristeza. Probablemente sus dueños van poco por la finca.

Casi arriba del todo llegamos a la finca de nuestros amigos, donde nos esperaba nuestro amigo. Nos mostró la finca, las gallinas, el huerto y la higuera repleta de higos, que después estuvimos comiendo, y después él ya se marchó a Madrid. Nos dijo que había un estanque un poco más arriba y con tanto calor, nos apeteció darnos un baño. Pronto se hizo de noche, que ya es octubre, así que nos cobijamos en la cabañita que tenían construida y allí pasamos la noche.
Al día siguiente seguimos camino por la misma carreta por la que veníamos, ahora con el nuevo nombre de CL-501. El día anterior habíamos pasado a la parte sur de Castilla y León, a Ávila. El camino era muy sencillo, por la carretera y cuesta abajo. Pasamos por Lanzahita, donde vimos que el ayuntamiento había construido casas adosadas para alquilar. A nuestro paso por La Higuera, vimos que estaban renovando la entrada a la urbanización, que parecía más bien de gente adinerada.
En Ramacastañas, tomamos una decisión, que al principio nos costó lo nuestro, pero que después habríamos de agradecer. Llegamos justo antes de la hora de comer. Y como la carretera que seguíamos era un poco aburrida, decidimos tomar el desvío a Arenas de San Pedro, sin saber la pedazo de cuesta que hay que subir para llegar. El sol pegaba como si fuera verano y nos costó lo nuestro llegar al pueblo. Yo estaba medio desvalida entre el hambre y el calor. Arenas de San Pedro no nos gustó especialmente, tiene demasiadas cuestas, pero nos preparamos una comida muy merecida y estuvimos descansando un poco. Después continuamos por la carreterita AV-924, en dirección a Poyales del Hoyo y toda esa zona de bosque nos encantó.

Paramos en la piscina natural El Pelayos, que se encuentra donde la carretera cruza el río con este mismo nombre. Había un bar, suponemos para la temporada de verano, porque ahora estaba cerrado. Aprovechamos para acicalarnos un poco y continuamos por la sombrita del bosque. Como no llevábamos ninguna prisa íbamos bastante tranquilos, a nuestro ritmo y disfrutando de este nuevo paisaje.
Poyales del Hoyo nos gustó mucho, tiene muy buenas vistas desde lo alto, hacia el sur. De allí hicimos la bajada hasta Candeleda, que nos pareció un pueblo muy animado. Allí, Miguel pinchó una rueda, para recordar viejos tiempos… Y nos pusimos a arreglarla en medio de la plaza ante la atenta mirada de los señores mayores de la zona.
Fuimos a preguntar al camping de la zona y como siempre nos resulta bastante caro, ya que tienes que pagar por cada cosa que usas y el resultado final se infla bastante.
Así que, continuamos hasta un observatorio de aves del pantano de Rosarito. Llegamos justo a tiempo de disfrutar del atardecer. Y aunque el pantano apenas tenía agua, se veían y escuchaban bastantes aves. Un lugar magnífico para pasar la noche.

En nuestro cuarto día de viaje, a los pocos kilómetros de comenzar, llegamos a Extremadura, con el consiguiente cambio en el nombre de la carretera, EX-503. Entramos a la zona de la Vera, pasando por cada uno de sus pueblos, empezando por Madrigal. Curiosamente, en todos estos pueblos hay palmeras de adorno bordeando la carretera, que discurría en un sube y baja continuo, atravesando todos los ríos que bajan de las montañas. El pueblo, más duro fue Losar, que desde el lado que veníamos, es una cuesta arriba que parece que nunca acaba. Menos mal que está animada por los arbustos podados de diferentes formas. Después de Jaraíz de la Vera, continuamos en dirección Plasencia, pasando por Tejeda de Tiétar. Por esta zona hay muy buenas vistas del sistema central, aunque según descendíamos iba cambiando el paraje boscoso por el de dehesa. Acabamos acampando junto al embalse de Valdelinares, en el que está prohibido el baño porque el agua es para uso doméstico, para beber. Lo cual no entendemos muy bien, porque si luego pasa por la depuradora, además había fincas con vacas, que llegaban hasta la orilla, y suponemos que esos animales beberán agua. Un poco raro, pero respetamos la indicación a pesar del calor y de las ganas de un buen chapuzón.
El quinto día de viaje comenzó temprano. Estábamos en una zona muy visible y no queríamos llamar demasiado la atención, aparte de que tampoco nos gusta empezar muy tarde ni es productivo con tanto calor. Nos pusimos rumbo a Plasencia y llegamos tan pronto, que aún no había nada abierto ni turistas ni casi gente por el centro. La ciudad nos pareció un poco descuidada y en decadencia.
Decidimos continuar con cambio de ruta. En principio habíamos planeado continuar hacia Coria, pero había mucho lío de carreteras, además del calor,  y decidimos seguir por Carcaboso. Carcaboso es un pueblo muy tranquilo y agradable. Tomamos un buen desayuno en un bar, muy muy barato, además de que pudimos recargar nuestros dispositivos. 
Por el camino, nos encontramos un cicloturista alemán que seguía la Vía de la Plata, en dirección a Santiago de Compostela.
Nosotros continuamos por Montehermoso y Guijo de Coria, atravesando más tarde la presa del embalse de Borbollón. Llevábamos buen ritmo y estábamos a las puertas de la Sierra de Gata. Aunque antes de poder llegar a Villasbuenas de Gata, volvimos a coger los caminos de la dehesa, encontrando unas vacas sueltas por nuestro camino, así que estuvimos entretenidos. Al llegar a Villasbuenas el paisaje volvió a cambiar, pues el pueblo se encuentra rodeado de bosque. Siempre hay una gran diferencia cuando pasas del llano a la sierra. Terminamos el día en las piscinas naturales de Villasbuenas. Eso es lo bueno de estas sierras, que están llenas de piscinas naturales en los ríos. Había también un chiringuito para el verano. Aprovechamos para bañarnos en el río y montamos campamento para pasar la noche. Esta zona nos ha gustado muchísimo.

Al día siguiente teníamos el propósito de visitar algunos pueblos de la sierra. Fuimos hasta Hoyos a desayunar, aunque el lugar que elegimos, no nos gustó tanto como el de Carcaboso y el pueblo tampoco nos pareció gran cosa. Después pusimos rumbo hacia el pueblo de Gata. Por el camino hicimos una parada, pues habíamos visto el proyecto de un hombre sobre el que queríamos saber más. Vivía en una finca con olivos y te ofrecía una casita para vivir sin electricidad y una zona para que pudieras cultivar tu propio huerto a cambio de trabajos que él necesitase. Parecido a lo que habíamos hecho en las paradas del viaje por Europa. Al final no nos gustó, además que nos llevó bastante tiempo de la mañana. Continuamos y después de subir la cuesta hasta Gata, decidimos no entrar al pueblo, se nos habían quitado las ganas. Cuesta abajo ya, paramos en Torre de Don Miguel para comer, pero el supermercado cierra a medio día y el único bar que había no da comidas, así que medio comimos con unas tapas que nos ofreció el buen hombre del bar.

Continuamos camino hacia Hernán Pérez y justo allí reservamos albergue en Aldeanueva del Camino. Eran bastantes kilómetros y no íbamos a llegar pronto, pero lo cierto es que las últimas noches estábamos pasando frío, porque como por el día hace tanto calor, habíamos cogido los sacos finos, confiados, y por la noche pasábamos algo de frío. Además se estaba acercando el huracán Leslie a España y no nos daba muy buena espina.
A pesar de que habíamos planeado la vuelta por el norte de la sierra de Gredos, este día decidimos poner fin al viaje en bici, por el frío que ya hacía por las noches y porque se acercaba un huracán, por primera vez, hacia la península.
Cogimos camino a toda velocidad por Villanueva de la Sierra, el Bronco, pequeña parada a descansar en Cerezo, Zarza de Granadilla, La Granja y cuando ya había anochecido, a las 21:00, llegamos a nuestro destino, Aldeanueva del Camino.
Allí había estado años atrás Miguel en el mismo albergue que reservamos. Cuando estuvo, hizo una ruta por la sierra y estuvo visitando también Hervás con unos amigos.
La mujer del albergue vino a abrirnos y como ya era tarde, nos dejó la habitación de la planta baja para los dos.
Resulta que uno de nuestros amigos es de este pueblo, así que nos recomendó probar el hornazo mientras esperábamos a mi madre, que nos venía a recoger con el coche para volver a Madrid.
Cuando llegó desmontamos las bicis e hicimos el mejor tetris de nuestra vida para poder caber los tres y las dos bicicletas en el Ford Focus. 
Cuando nos dirigíamos a comer apareció un hombre en bici, que nos contó que seguía la Vía de la Plata y traía una rueda pinchada. Llevaba una bicicleta de las antiguas y con ella pretendía llegar a Santiago. Nos dijo que había pinchado y que llevaba todo el camino hasta ahí parando cada poco, inflando la rueda porque no sabía repararla. Miguel, que ya es todo un experto en reparaciones, le ayudó a arreglarla y el hombre continuó camino, que quería llegar a Puerto de Béjar ese día. Por lo menos, el tramo de cuesta que le esperaba lo subiría con la rueda inflada (o eso esperamos, que fuera así).
Nosotros fuimos a comer y por la tarde estuvimos de visita por Hervás, un pueblo bastante bonito.

Nos hemos dejado gran parte de lo que queríamos ver sin visitar, pero hemos pensado que la próxima vez, ya vendremos en coche y acabaremos lo que comenzamos en bicicleta.
Así que de esta manera, finalizó nuestro primer y pequeño viaje en bicicleta por España.

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